21 sept 2008

Un tío con cabeza


Llega el domingo y se presenta lluvioso, lo que pinta que el día va a ser casero.

Hoy os voy a deleitar con un artículo escrito por Risto Mejide sobre él mismo y varios pensamientos que tiene.

Todos lo conocemos de ser el chico malo del jurado de OT, pero los que lo hemos visto fuera de OT sabemos que ese no es el Risto de verdad, sino uno al que le piden que haga eso. En mi opinión, él no necesita OT para vivir, pero va porque se lo pasa bien. La foto que pongo se la hice con mi móvil el día que vino a la Facultad de CC Sociales y de la Comunicación de la Universidad de Cádiz a darnos una charla sobre publicidad, su verdadero trabajo. Ahí va el artículo, que es largo, pero merece la pena:


Me llamo Risto Mejide, llevo 31 años haciéndome publicidad y algo más de 8 haciéndola para otros. Pasé 5 años en ESADE olvidándolo todo, luego por agencias como Bassat Ogilvy&Mather, Saatchi&Saatchi, Leagas-Delaney o Euro RSCG, trabajé durante un tiempo para Britney Spears, U2, Radiohead y Lou Reed, grabé parte del disco de Luz Casal que menos copias ha vendido en su historia, pasé una temporada en EEUU montando una serie de TV que aún ni se ha emitido, a veces doy clases de cosas que no se pueden aprender, y en la actualidad soy algo parecido a un director creativo en S,C,P,F, la agencia de J&B, BMW, Gallina Blanca, Ikea y Vodafone, entre otras.

Como soy incapaz de dar lecciones ni de publicidad ni de nada a nadie, siempre que me acorralan en un sarao de estos, intento dar como mínimo mi punto de vista sobre las cosas. Y eso es lo que intento con más o menos éxito en las siguientes líneas. 

No creo en la utilidad
Durante varios años de mi vida me dediqué a despertarme dos horas antes de empezar la jornada laboral para acudir a una academia y estudiar chino. 

Hago hincapié en lo de las dos horas, porque abandonar tu camita calentita en pleno mes de enero todos los días de la semana a la hora en la que la gente no va sino vuelve, y encima hacerlo de forma voluntaria es, cuanto menos, difícil. Y lo más jodido no fue descubrir el idioma ni la cultura, ni la civilización,que ya tela. Lo más chocante fue la pregunta que me hacían muchos cuando se enteraban. "Y para qué". Cómo que para qué. "Sí, para qué te sirve, te vas a vivir allá? tienes que hablar a menudo con ellos? te gusta la comida china? qué significa chop suey?". 

Y luego resulta que las cosas más maravillosas que me han pasado en esta vida no sirven para nada. Me pongo cursi, pero si alguien puede, que me diga para qué sirven un primer beso, una sonrisa anónima, un perdón analgésico, una estrofa de Chavela, un color de cielo, una horchata en agosto y una tortillita que te sale redondita y esponjosa.

El chino lo acabé dejando, sí. 

No creo en los uniformes
Cuando finalicé la carrera, busqué sólo trabajos que cumpliesen 3 requisitos básicos, no tener que madrugar, no tener que llevar corbata y no tener que afeitarme cada día (me sientan realmente mal las tres cosas). 

Luego me he dado cuenta de que igual era una solemne gilipollez, que uniformes los hay en todas partes. Pero para cuando me he venido a dar cuenta, ya era demasiado tarde, y mira, vi que era lo que me gustaba porque podía acabar muy cansado, pero nunca harto. 

Aunque me he quedado con la copla de que las cárceles y los infiernos deberían estar tan llenos de corbatas como de modernillos creativos. 

No creo en el éxito
O mejor dicho, creo ciegamente en el fracaso. Estamos hechos de fracasos. Son mayoría en nuestra vida, nos guste o no. Y negarlos es como negarse un grano, por mucho que lo ignores, ahí está y forma parte de ti, y encima éste no se puede extirpar.

Es más, creo en la diferencia entre errar y equivocarse. El primero te pasa cuando te pasa te guste o no, el segundo ocurre sólo cuando persistes en el error. Errar no es sólo humano. Es necesario para no equivocarse. 

Pero es que además, el triunfo atonta. Cuando ganas, te crees que sabes por qué has ganado, y lo que es peor, te crees capaz de repetirlo. Como resultado, y porque tendemos al mínimo esfuerzo, repites fórmula. Y ahí empieza el principio del fin. Al final, un éxito esconde el pequeño e íntimo fracaso de -quizá- no haber arriesgado lo suficiente. 

No creo en el futuro
Y eso es porque los de mi calaña solemos utilizar el futuro para venderte cosas. Compra y vivirás mejor, serás más sano, tendrás más amigos, más libertad, menos varices, consume y tu futuro será mejor que la mierda de presente que estás viviendo. No me lo creo porque trabajo en la trastienda de los sueños, que sueños son. 

Prometemos cosas que somos incapaces de proporcionar. Exactamente igual que los políticos, pero sin tantas explicaciones. A la corrupción la llamamos beneficio, al votante target, al voto compra, a este lado de la misma mentira. Y sin embargo, aún hoy es la mejor mentira por la que me dejaría subyugar. Si alguien tiene otra mejor, que me la haga llegar, y rectifico encantado. 

Pero aviso, me suelo enamorar de la gente que me hace rectificar. 

No creo en la continuidad
La continuidad está sobrevalorada. Se lo dije hace poco a una amiga para consolarla después de su ruptura, y enseguida me di cuenta de que llevaba tiempo intentándomelo decir a mí mismo. Parece que estar haciendo algo durante mucho tiempo se supone bueno ya por defecto. 

Me pasa con las relaciones sentimentales. Es que llevamos quince años juntos, vosotros sólo seis. Es que un amor de diez años es muchísimo mejor que uno que lleva cinco. Ya. Pero también me ocurre en el trabajo. Al principio –como todos- no tienes ni puta idea de nada, pero enseguida, a golpe de horas, te conviertes en un experto, o como lo llaman los yankees, un especialista. Alguien que vive, come, caga y respira para hacer eso que hace, y nada más. A todo lo demás, lo llamaremos hobbie –otro invento yankee- y le dejaremos que ocupe sin remordimientos nuestro tiempo libre -contrario a tiempo esclavo-, de ahí debe venir lo de business, de busy, ocupado.

Pues no. Hay matrimonios que llevan toda la vida juntos sin conocerse y parejas que recién se encuentran en un vagón de tren y ya se conocen mejor de lo que jamás serían capaces de razonar. Y ya no digamos en el entorno laboral. Ahí no hay nada más peligroso que un perfil generalista. Alguien que no le teme al no saber nada de mucho antes que mucho de casi nada. Porque ese perfil es poliédrico, tiene más de dos dimensiones, y es difícil, cuando no imposible, de encajar en ese cuadro jerárquico que tanto conviene a nuestro bolsillo, nuestro futuro y nuestro colesterol. Encajar. Bonito concepto que de tan precioso debería estar reservado sólo a las situaciones muy especiales, como no sé, los nichos. 

Tampoco creo en la demostración
Aquí, como en todas las otras, hay muchos libros que lo argumentarán mejor que yo. Pero simplificando mucho, la ciencia ha triunfado sobre la filosofía, la demostración sobre la intuición, el dato sobre la corazonada y creo que eso, junto a George W. Bush, las grasas industriales, la tele de los sábados y los alimentos transgénicos nos está matando como especie. Y si no, tiempo al tiempo. 
Así que como decía mi madre, "hala, a jugar a la calle, que mira qué día hace". 

Y no, no creo en Dios.
Pero sí, si lo llamamos alma.

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